Regresar a Casa: Un Encuentro en el Jardín del Alma
Hay días en los que mi alma anhela regresar a casa, a ese espacio sagrado que solo existe cuando cierro los ojos y entro en oración. Mi jardín del alma, ese lugar mágico y eterno donde me reconecto conmigo misma, donde el tiempo se desvanece y todo vuelve a su orden perfecto.
Hoy, después de varios días en los que la rutina y los imprevistos parecían robarme esos momentos de paz, pude regresar. Al cerrar mis ojos y rendirme a la quietud, me vi ahí, bajo ese árbol frondoso que parece conocer todos mis secretos. El aire era fresco y limpio, y las hojas danzaban suavemente con el susurro del viento.
Respiré profundo, permitiendo que esa paz inundara cada rincón de mi ser. Sentía la tierra bajo mis pies, el aroma dulce de las flores que brotaban alrededor y esa luz suave que siempre parece abrazar cada espacio del jardín. Me quedé allí, simplemente siendo, simplemente respirando… y fue entonces cuando lo sentí.
Julián.
Hacía días que no lo veía en este espacio sagrado, pero ahí estaba, como si el tiempo no hubiera pasado. Su presencia siempre es como un abrazo al alma, una certeza de que, sin importar cuánto me pierda en la rutina, él siempre está pendiente de mí. Sonrió con esa dulzura que lo caracteriza y, sin decir palabra, se acercó.
Me miró a los ojos, y en ese silencio sagrado, sentí su voz en mi corazón. “Estaba esperando que volvieras,” dijo suavemente. Y comprendí que, a pesar de los días agitados y las responsabilidades que a veces me alejan de este espacio, siempre hay un camino de regreso. Julián siempre está allí, aguardando, con una palabra justa en el momento preciso, con una presencia que me recuerda que no estoy sola, que el jardín vive en mí.
Hoy regresé a casa. Y en ese abrazo invisible, me prometí no alejarme por tanto tiempo otra vez.