Mi Jardín del Alma: Un Retorno a Casa

Algo que amo profundamente es que cada vez que oro y cierro los ojos, vuelvo a visitar un lugar muy especial: mi jardín del alma. Un espacio sagrado, mágico, lleno de naturaleza viva, colores suaves y una paz que no se puede describir con palabras.

Esta mañana, al entrar en oración, me vi nuevamente allí. El cielo era de un azul profundo, sereno. El viento meciía con dulzura las hojas de los árboles, y pétalos de flores volaban suavemente a mi alrededor, como si la naturaleza misma celebrara mi regreso.

Me encontré junto a un árbol hermoso y fuerte, uno que parece conocer mis secretos y alegrías. Y allí, como siempre, estaba él: Noche, mi tótem, un majestuoso caballo negro. Me acerqué a él, le acaricié la frente con ternura y le dije:

“Te extrañaba, amigo. Me siento diferente… he crecido, ¿verdad?”

Lo abracé con fuerza y gratitud, y en ese instante solo pude decirle a Dios: gracias. Gracias por este regalo, por permitirme volver aquí, a este rincón del alma donde todo se siente en paz. Porque allí, en ese jardín interno, me siento en casa.

Y claro, mi amado Julián no podía faltar. Estaba a mi lado, como siempre, acariciando también a Noche, acompañándome en este viaje de luz y amor.

A veces, cuando vivo con tanta intensidad este espacio, desearía quedarme ahí… regresar para siempre. Pero entonces recuerdo aquellas palabras que una vez sentí con claridad en mi corazón, palabras que Dios mismo susurró a mi alma:

“Tu hogar jamás se ha ido de ti. Yo vivo en ti. Puedes volver cada vez que quieras, y vivir tu vida desde lo que has aprendido y experimentado aquí… incluso en el mundo humano.”

Y entonces sonrío, porque sé que cada oración es un regreso a casa.

Y desde ahí, puedo vivir, amar, y compartir, con los pies en la tierra, pero el alma siempre en el jardín.