La mujer del sol y la manzanilla: mi encuentro con Miranda
Anoche, justo antes de dormirme, tuve una visión que me acarició el alma.
Vi una cabaña hermosa, construida con piedras que brillaban en tonos azulados y blancos.
Estaba rodeada de flores de manzanilla en plena floración, y el viento me rozaba con tanta dulzura que me quedé quieta, solo sintiendo.
Contemplé el lugar un rato… me era familiar, como si ya hubiese estado allí alguna vez.
Sentí el llamado y entré.
Dentro, el aire era tibio y lleno de paz.
Había una mesa redonda pintada de blanco, con dos sillas.
Sobre la mesa, una taza blanca con grabados azules humeaba con un té de manzanilla recién servido.
Junto a ella, pequeños pastelitos y una baraja de cartas.
No me fijé qué tipo de cartas eran, solo supe que algo me invitaba a sentarme.
Frente a mí, un gran ventanal abierto dejaba entrar la luz del campo.
El paisaje era un tapiz de verdes infinitos, colinas suaves, y el susurro del viento atravesando todo.
Entonces ella apareció.
Se sentó en la otra silla, con una calma antigua.
Me sonrió.
Su cabello era castaño oscuro, crespo.
Sus ojos color miel me envolvieron.
Tenían una profundidad felina, como si en su mirada habitara otro mundo.
Vestía un traje marrón claro, escotado, con un chal de tul del mismo tono que flotaba suavemente a su alrededor.
Sus uñas, largas y pintadas color carne.
Y en su mano derecha, en el dedo índice, llevaba un anillo con una piedra grande que parecía contener la luz del sol.
Sin decir nada, tomó una carta de la baraja. Me la mostró.
Era el sol.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Miranda —respondió con dulzura.
Entonces me dijo algo que me hizo vibrar:
—Esa carta eres tú. Tú iluminas.
La luz te quiere mucho… ¿no lo sientes?
La naturaleza te llama.
Los ángeles te hablan.
Estás aquí para guiar.
Y no necesitas hacer nada. Solo ser tú.
Sin ocultarte.
Quienes necesiten de tu luz vendrán a ti.
No para que los salves, sino para que se reconozcan al verte brillar.
Conmovida, le pregunté:
—¿Eres una guardiana? ¿Una bruja?
Ella sonrió como si supiera algo que yo aún no recordaba y respondió:
—No, no es brujería.
Es algo mucho más antiguo y verdadero.
Es intención pura, nacida del corazón.
Es mirar una flor de manzanilla y honrar su poder con gratitud.
Es preparar un té sabiendo que no solo calmará tu cuerpo, sino también tus memorias.
Es encender una vela y susurrarle al fuego una petición que arde en lo más hondo de tu alma.Es recordar que todo acto hecho con amor y conciencia es un rezo.
No se trata de fórmulas, se trata de presencia.
De devolverle sentido a lo simple.
De entender que la espiritualidad no está en lo complicado, sino en lo vivo.Eso es ser libre.
Libre de los juicios.
Libre del miedo a tu propia luz.Eso es ser sanación.
Sanación para ti, que has llorado en silencio.
Sanación para otros, que te verán renacer y recordarán que también pueden hacerlo.Eso es comprender.
Comprender que cada caída trajo una lección.
Que cada herida abrió un portal.
Y que después de cada tormenta, algo en ti floreció distinto.
Más fuerte. Más tierno. Más tú.
Y entonces me entregó esta bendición:
🌟 Que el Señor Altísimo te bendiga y te bañe con su luz,
🌱 Que la energía de la tierra te abrace como raíz que nunca se rompe,
🌬️ Que el viento te traiga el susurro de los ángeles cuando más lo necesites,
🌈 Que la alegría te persiga siempre, incluso cuando no la llames,
🛡️ Que la fortaleza y la seguridad sean tu espada,
✨ Y que la luz… siempre, siempre, sea tu camino.
Yo no podía dejar de mirarla.
Su rostro era felino, sus ojos parecían hipnotizarme con amor.
Le pregunté de nuevo:
—¿Eres una guardiana? ¿Cómo es que nos conectamos?
Y me respondió con esa voz que parecía música del alma:
—El mundo espiritual es inmenso.
Y aquellos que vibramos en la misma frecuencia, estamos siempre conectados.
No importa el tiempo, ni el espacio.
Nos encontramos cuando es el momento sagrado para recordar quiénes somos.

