El Pan del Amor: Una Experiencia con Jesús

Hoy, mientras realizaba mi Rosario de Liberación —como suelo hacerlo después de la Coronilla de Miguel—, viví una experiencia que tocó profundamente mi corazón.

En medio de la oración, vi a Jesús… Lo vi repartiendo panes a muchas personas. No era la primera vez que presenciaba esta imagen, pues en otra ocasión también vi al Arcángel Miguel haciendo lo mismo. Sin poder contener mi curiosidad, me atreví a preguntarle:

—Señor, ¿el pan es la Palabra?—

Con esa serenidad que solo él posee, Jesús me miró y me respondió:

—Hay muchas almas hambrientas…

—La Palabra, como tú dices, no debe quedarse solo en las escrituras. La Palabra se vive desde el corazón, desde el amor… no desde el juicio.

El pan es el amor —continuó—. Son esas palabras de consuelo para aquel que lo necesita, esos gestos de bondad que le recuerdan a un alma que yo estoy aquí, que no está sola, que hay luz en medio de sus tinieblas.

El pan también es compartirte tú mismo. Es el tiempo que dedicas a escuchar a quien llora en silencio, es el abrazo que das cuando las palabras ya no bastan, es la sonrisa que ilumina el día de alguien que ha perdido la esperanza. El pan es el amor convertido en acción, en presencia, en entrega.

Este pan representa que no importa cuán pequeño sea lo que compartas con el mundo… Si nace del corazón y del deseo sincero de servir, ya está cumpliendo su propósito. Es como una semilla que, aunque sea diminuta, cuando se ofrece con amor germina en el corazón del otro y produce frutos de esperanza, paz y consuelo.

Jesús hizo una pausa, como esperando que yo interiorizara sus palabras, y luego continuó:

—Recuerda, no busco la perfección del hombre…

—Cada quien está viviendo su propio camino y sus propios desafíos. No exijo grandes sacrificios, como algunos creen. El verdadero sacrificio no es como muchos lo imaginan. Para algunos, algo puede parecer difícil, pero para quien actúa desde el amor… no lo es en absoluto.

Luego, me sonrió dulcemente y me dio un ejemplo que hizo vibrar mi corazón:

—Cuando fuiste madre lo comprendiste…

—Recuerdas que dijiste sin dudar que serías capaz de dar tu vida por tu hijo… y no sentiste miedo, ¿verdad? Sentiste amor. Eso, querida mía, ¿es un sacrificio? No. Eso es amor puro. Así es Dios.

Al escuchar estas palabras, mi corazón se llenó de gratitud. Cada enseñanza que Jesús me regala se convierte en un tesoro invaluable para mi alma. Su forma de mostrarme que el amor, por pequeño que parezca, tiene el poder de transformar vidas, me hizo comprender que cada acto de bondad sincera es como ese pan que alimenta al alma sedienta de luz y esperanza.

Hoy solo puedo decir: Gracias, Dios, por permitirme seguir aprendiendo, por regalarme estas experiencias que renuevan mi fe y me llenan de amor.