El Árbol, la Piedra y el Recuerdo: Conversación con Yoel
Todo comenzó con una imagen insistente en mi mente:
una piedra de luna.
No era la que ya tenía.
Era más grande, más viva… más poderosa.
La sentí como un llamado, como una llave.
Y al buscarla, no encontré solo una piedra.
Encontré un dije con la forma del Árbol de la Vida.
Y en ese instante, como si una puerta invisible se abriera,
me vi de pie ante un gran árbol.
Majestuoso. Vivo. Antiguo.
Un ser sagrado.
El aire era suave y denso a la vez,
y el suelo bajo mis pies tenía la vibración del hogar.
Y junto a mí… estaba Julián,
mi ángel, mi compañero de almas.
Él no hablaba. Solo me tomaba de la mano.
Con esa presencia que dice más que mil palabras.
Y entonces…
el árbol habló.
Su voz no era como una voz humana.
Era como un susurro profundo que nacía del centro de la Tierra,
y al mismo tiempo, como un eco en mi corazón.
Y dijo:
—Hace tiempo te estaba esperando.
Y entonces lloré.
Lloré desde el alma.
Como quien regresa a casa después de muchas vidas.
El árbol me reveló su nombre:
Yoel.
Un nombre antiguo, cargado de luz.
Y su presencia era fuerte y amorosa a la vez,
como la de un sabio que siempre ha estado allí.
Me miró, o más bien me sintió, y dijo:
—No tengas miedo.
Nunca has sido miedosa.
Yo, con la voz entrecortada, le respondí:
—No lo creo… si miro atrás, siempre he sido temerosa.
Él sonrió dentro de mi alma:
—Eso es porque tu verdadero ser ha estado dormido por un tiempo.
Pero ahora está despertando.
Me acerqué a él, y abracé el gran tronco.
Era como abrazar a un viejo amigo.
Y le dije:
—Extraño el hogar… este lugar.
Siento que aquí pertenezco.
Y Yoel, con esa sabiduría antigua, respondió:
—Y perteneces aquí.
Pero también elegiste ir más allá.
Tu alma decidió caminar en el mundo, compartir, recordar.
Porque aunque todos somos chispas divinas de Dios,
cada una manifiesta su luz de forma única.
Y tú… tú viniste a cantar, a guiar, a amar.
Mis ojos se llenaron de lágrimas otra vez.
—¿Por qué te recordé ahora?
Siento un vínculo tan fuerte contigo… —le pregunté.
—Porque ahora estás lista para verme.
Para comprender lo que antes solo intuías.
Tu mente está abierta, tu alma despierta.
—¿El mundo espiritual es tan grande como lo sentí? —pregunté.
—Sí, y es real.
Pero no es tan difícil como parece.
Todo proviene de una sola fuente.
Todo tiene un propósito.
Eso es Armonía Divina.
Y se manifiesta en todo:
el universo, el tiempo, el espacio… y en ti.
Lo miré largo rato. Y entonces le pregunté:
—¿Eres muy antiguo, Yoel? No sé si así te siento…
Él sonrió con dulzura:
—Puede que sí, mi pequeña niña.
En el pasado tú me honrabas.
Venías a este árbol a cantar, a hablar, a entregarte.
Y yo siempre estuve aquí.
Y entonces recordé.
Mi voz cantando.
Mi alma en paz.
Mi rostro apoyado en este mismo tronco.
El amor que sentía en ese silencio.
—Sí… lo recordé. —le dije con el alma vibrando.
—Eso es todo lo que necesitabas hoy…
Recordar. —me dijo.
Y así fue.
Ese día, con la piedra de luna llamándome,
el Árbol de la Vida apareciendo,
y Yoel hablándome desde el alma del bosque…
Regresé.
A mi esencia.
A mi linaje.
A mi hogar.